martes, 22 de julio de 2008

EN EL COCHE DE ANPU



Le escogí al azar sólo para ganar una apuesta, cumplía el único requisito que planteaba el juego: ser del Reino de las Necrópolis. 

Bailamos embalsamados en la Pirámide del Niño Perdido y antes de la tercera canción me dijo con su aroma de chacal que lo acompañara a su coche, gané mi apuesta y me dejé conducir al mundo de los muertos. Anpu era negro y su coche azul, una convinación perfecta para fallecer en la playa de la Necrópolis. 

Me dijo que su nombre era otro, pero yo le dije el mio, me sonrió con sus colmillos de chacal y me deje morder, tocar, acariciar y apretar fuerte. Fué en las distancias cortas cuando descubrí su piel de terciopelo, su mirada profunda, el afilado de sus colmillos y su calidad de dios, el dios Anpu. 

Cuando lo hube averiguado, fui yo quien sonrió y él quien se dió por descubierto, así empezó el juego de dioses y esclav@s. No hubo prisa por desnudarse puesto que ya nos conocíamos, pero nos esmeramos en derrochar saliva y frotar el tacto del tercipelo y cuero que nos pertenecía. 

Como era un chacal carroñero se esforzó en matarme y arrancarme la ropa para conseguir reblandecerme y continuar un juego divino donde señor/a y plebey@ intercambiaban papeles. Así que yo también desnudé a Anpu y disfruté su cuerpo perfecto y sus proporciones exactas. Entre tanta perfeción su mirada mundana no hacía más que aportar unas dosis oscuras de morbo acrecentadas por el brillo de sus colmillos y la fuerza de su cuerpo. 

Me dejé comer, y me dejó que lo tratara como un perro salvaje. Así fué como conocí la playa de la Necrópolis en la que nos bañamos al amanecer para resucitar como humanos del mundo de occidente.

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