Acurrucada
en las montañas veo mi rostro reflejado en el lago... ¡recuerdo
cuándo mi belleza era mi espada, cuándo la sangre era la vida y
cuándo la última manceba fue degollada!...
“...He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” Juan 1:29
Ciertamente
no puedo descalzarte porque no soy digna de hacerlo Cordero. Quien te
hizo no sabía que el poder que te otorgaba no era otro sino que
despojarte de él para que tu vulnerabilidad te hiciera invencible.
Supe
que vendrías porque eres anterior a tu creador y posterior a su
creación, el ciclo de la verdad te destinaba; sin embargo no te
esperaba porque no te conocía y debía dejar que tu decidieras venir
a mi.
Tu
omnipresente hacedor te dibujo en la mente diferente pero al
descubrirte frente a mis ojos te metamorfoseaste como eres fructuoso
y desprovisto de oscuridad.
A
partir de ahora ya no podré administrar sacramento de sangre porque
serás tu quién decida bautizar el universo con fecunda luz.
Te
veo y atestiguo que como conocedora de tu hacedor eres su cordero.